Es una fría mañana en
Bogotá. Me visto y me maquillo. ¿Tengo bien acomodado el moño del vestido?, ¿se
ve derecha mi balaca?, ¿me apliqué suficiente base?, ¿el maquillaje resalta mis
ojos?, ¿no olvido ninguno de mis accesorios?. Mientras verifico todo esto pienso
en las personas que han de estar arreglándose para sus actividades cotidianas.
Pero yo, contraria a ellos, me preparo para salir de mi
rutina: representaré a Ayuzawa Misaki del anime Kaichou wa Maid Sama en el Salón
del Ocio y la Fantasía SOFA, una de las más grandes convenciones de esta índole
en el país. Soy cosplayer.
El cosplay, contracción de
‘costume play’, consiste en la representación de personajes de películas, anime
o videojuegos, por ejemplo. Y aunque la traducción más literal sería ‘juego de
disfraces’, va más allá de eso pues intentas alcanzar el mayor parecido al
personaje que seleccionas, tanto en la apariencia como en su comportamiento: tu
forma de hablar, caminar, posar para las fotos… mientras llevas el traje te
esfuerzas por ‘ser’ ese alguien.
Hay muchas formas de ver
esta afición, para mí es un pasatiempo; como cualquier otro, requiere de la
inversión de tiempo y dinero, pero ciertamente lo vale pues gracias a este
hobbie he conocido personas maravillosas, participado en eventos en diferentes
ciudades, y además, representando otras personalidades, he llegado a conocerme
más a mí misma.
Puedes hacer parte del mundo
del cosplay de diferentes formas. Como cosplayer: entrando en competencias o
haciéndolo sólo por diversión, así llevo yo más de un año; además, están los
cosmakers, ellos elaboran sus propios trajes y ayudan a otros con las labores
de confección; y los kamekos, fotógrafos especializados. Yo además de hacer
cosplay también realizo sesiones fotográficas. Es muy divertido tener
cosplayers como modelos, además es un interesante proceso la elección de
escenarios, dirección de poses, posterior selección y edición de las fotos con
dos claros objetivos: reflejar la esencia del personaje representado y destacar
el esfuerzo del cosplayer evidenciado en su atuendo. En la base, imposible
olvidarme de ellos, están quienes se emocionan al ver cómo representamos a sus personajes
favoritos: es un público principalmente compuesto por frikis, otakus y gamers.
Muchos de quienes apoyan mi
labor como cosplayer son otakus, además tengo amigos inmersos en esta cultura,
pero yo, aunque veo anime, no me considero otaku. Una de mis más preciadas
posesiones es mi consola Wii, también me encanta jugar LoL, pero no soy gamer. ¿Qué
me ha llevado a pensar en otakus y gamers? Quizás sea el hecho de tener algo en
común: no ser tribus urbanas. Somos, sencillamente, gente que se identifica con
base en una afición, por tanto carecemos de un código de vestimenta o un
peinado distintivo. Nada nos diferencia, a simple vista, de quienes nos rodean;
pero todo cambia cuando podemos dar rienda suelta a aquello que nos apasiona.
Ese momento, en el caso de los cosplayers, se puede encontrar principalmente en
las convenciones: eventos realizados en diferentes ciudades para aficionados a videojuegos,
anime, ciencia-ficción, etc. En Neiva, quienes pertenecemos a culturas
alternativas hemos ido creando, a pesar de la resistencia externa e interna,
espacios de interacción y esparcimiento: grupos de otakus, comunidades gamers,
mesas de rol, eventos.
Pero en la ciudad se
conservan muchas falsas creencias y temores frente a expresiones como el cosplay.
No falta quien supone que me visto como personaje de anime todos los días o
quien confunde mis atuendos con aquellos a la venta en los ‘sex shop’. La fama de
‘loca’ en mi universidad y otros entornos es parte del precio a pagar por la
ignorancia reinante en torno a estas manifestaciones culturales. Algunos medios
masivos al abordar el tema se han encargado de aumentar la desinformación, generando
más reacciones de hostilidad y desconfianza. A pesar de eso hay personas
curiosas, las cuales me escriben o se acercan para preguntarme acerca del cosplay.
Ahh, y no falta la grata sorpresa de quien llega a decirme: me gusta tu
trabajo, sigue así!
Todo es del color del
cristal con que se mira, pienso mientras sostengo el principal accesorio de mi
atuendo: una katana, sable japonés, regalo de mi hermano mayor. En ella veo
reflejado el apoyo brindado por gran parte de mi familia y amigos. “No se puede
complacer a todos” murmuro. Mientras algunas personas se alejaron, otras entraron
a mi vida. Sólo quienes están en este contexto entenderían porqué afirmo que
los aprendizajes y oportunidades de tipo personal, profesional y económico que
me ha brindado el cosplay superan las situaciones desfavorables vividas. Es que
si ‘hay que ponerse en los zapatos del otro para comprenderlo’ no hay gente más
dispuesta a hacerlo, literalmente hablando, que los cosplayers. Mucho divagar por hoy, me digo. Ya estoy a
pocas cuadras de Corferias, el lugar donde se realiza el SOFA. Se me escapa una
sonrisa al imaginar el emocionante y ajetreado día que se avecina.
Redacté este artículo para El Magolo Cultural, un periódico especializado local.